La hora de ser Diego


Este es el momento. El sábado con Alemania. Cuartos de final del Mundial. Como Maradona, en México, hace 24 años, cuando él no había nacido, Lionel Messi debe aparecer.
Es el mejor del mundo. Lo dicen los títulos, sus compañeros del Barcelona y de la Selección; los técnicos y los rivales. La prensa, saltarina y a veces acomodaticia según los resultados, coincide. Fue, por lejos, el mejor jugador de Argentina en lo que va del Mundial aún con la licencia de su desempeño ante México. Es la hora de ratificar todos los pergaminos, no sólo por llenar el tanque de combustible de su ego sino porque lo necesita la Selección. El equipo de Maradona llegó a esta instancia pero para superar a Alemania, a una eventual España en semifinales y a un hipotético Brasil en la final, necesitará a un Messi todavía mejor. No alcanzará con Higuaín y Tevez en 10 puntos y el equipo en 6. Pero se podrá con un Messi en 9 puntos y el equipo en 5. Más o menos así es la ecuación entre lo que es y produce Messi y lo que mostró y puede ser la Selección.
El dato alentador es que Messi brilló y creó la mayor cantidad de situaciones de gol sin haber convertido. Pequeña ventaja en el Mundial con menor promedio de gol por partido de la historia. Si mantiene el nivel y llega a la red, crecerán exponencialmente las posibilidades del equipo. De un equipo que es un equipo de individualidades, de jugadas entre dos o tres, de inspiraciones espontáneas pero nunca un bloque sólido. Como la solidez colectiva no se logra mágicamente, esas individualidades deben sostener las falencias del todo. Y Messi es el mejor de los únicos.
Tiene una obligación personal el rosarino. Sobreponerse a las debilidades del conjunto y resolver más allá del equipo. Como fue Maradona a partir de los cuartos de final de México ‘86 y, sobre todo, como lo fue en Italia ‘90. Frescos están en la memoria popular aquellos dos Mundiales como para profundizar en la idea. Messi debe ser el Maradona del ‘86-'90.
Para que Messi explote hay que mejorarle las condiciones porque la calidad de Alemania supone un desafío superior al de los primeros cuatro adversarios. Y esa es tarea del técnico: mejorar lo que tiene para que Messi explote.
En la intimidad, el 10 confiesa que tiene pocas opciones para dialogar con la pelota. Y que el que más entiende ese juego es Verón. Messi también reconoce que Verón se la devuelve redonda pero no lo acompaña para la descarga. Entonces, el deseo de que Verón juegue choca con la razón: necesita un socio permanente que, por características, no es Tevez (o no es solamente Tevez) y por funciones asignadas no son Di María ni Maxi Rodríguez. En el imaginario de Messi crecen los nombres de Pastore, Bolatti y hasta el de Agüero. Lo que no sabe Messi es cuál otro nombre que no sea el de Verón debería dejar su lugar para que entre quien lo acompañe en la aventura.
Como detrás de toda estrella hay quienes creen que saben todo sobre ella, la usina de rumores funciona a pleno. Que está "remetido", dicen unos. Que está preocupado porque el equipo no lo ayuda, dicen otros. Que le falta contención familiar. Que la familia lo asfixia. Como en la buena época del Maradona futbolista, a Messi también le pasa factura la popularidad y la exposición. A diferencia de Maradona, la personalidad apocada, en las antípodas de la de su ahora técnico, lo resguarda del entorno. Pero, también a diferencia de Maradona, no hay en su espíritu esa rebeldía natural para discutirle mano a mano a la adversidad aún cuando la relación de fuerzas lo desfavorezca.
Messi debe dar un salto y arrastrar a la Selección. No hay mejor rival para hacerlo que Alemania, toda una potencia. Es eso, o volver a casa.

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