El mal momento de Susana Giménez en Sudáfrica


Como todo el mundo sabe, Susana Giménez viajó a Sudáfrica junto a su hija Mercedes Sarrabayrrouse para ver la apertura del Mundial Sudáfrica 2010 y para presenciar los dos primeros partidos de nuestra selección.

El tema es que Su y Mecha fueron, junto a algunos amigos, al partido inaugural de la Copa del Mundo, entre Sudáfrica y México. Pero lejos de pasar un buen momentos, las blondas vivieron una pesadilla.

Así lo contó la propia diva en la sección “Su cuento” de la revista “Susana” de julio, una edición imperdible que ya está en todos los quioscos.

Su Mundo - Perdidas
Las peripecias de Susana y su hija en Johannesburgo.

Copa del mundo 2010, México versus Sudáfrica. Atrapados en el tráfico llegamos tarde y nos perdimos la ceremonia inaugural. Ansiosos como estábamos, nos bajamos de la camioneta en cualquier lado. El estadio estaba totalmente colapsado y acordamos reencontrarnos con Musa -nuestro chofer-, en el mismo lugar en el que nos había dejado.

Éramos un grupo de seis: Alejandro Parra, Gabriel Bianco (amigos y gerentes de TELEFE), sus hijos Gonzalo y Facundo, Mecha (mi hija) y yo. Alejandro hacía de guía y caminaba a paso firme delante de todos buscando el lugar correcto por donde ingresar a la cancha. Desde que nos bajamos del auto hasta que me senté en mi lugar habremos caminado unas 20 cuadras. Vimos el partido y a medida que pasaban las horas, el frío se ponía más y más intenso. Ya sobre el final decidimos con Mecha salir cinco minutos antes para volver tranquilas.

Desandamos el camino, pero al llegar al punto de encuentro Musa no estaba. Extrañadas lo llamamos al celular. Como su inglés era bastante difícil de entender, le dimos el teléfono a un policía que estaba en el lugar para que se entendiera con él en zulú y, luego, nos orientara. El policía nos informó que la combi estaba debajo del puente que acabábamos de cruzar. Había que volver para atrás (unas tres cuadras) y luego bajar. Para ese entonces el partido había terminado, de manera que todo el mundo iba para el lado opuesto al que nos dirigíamos Mercedes y yo.

Sin perder el entusiasmo, paramos a comprar mantas gruesas para campear el frío y emprendimos el regreso. Terminamos de cruzar el puente y miramos dentro de todas las camionetas, pero ninguna era la nuestra. Mientras intentábamos comunicarnos con nuestro chofer, los argentinos me saludaban felices de la vida: “¡Susana! ¿Me puedo sacar una foto con vos? , ¡qué grande!”, me decían. Yo estaba congelada y absolutamente desorientada. Por lo que pudimos entender de nuestra comunicación con Musa, él nos estaba esperando en otro puente peatonal que estaba bastante más adelante.

La gente me seguía saludando cariñosísima y yo estaba cada vez más agotada. Cada mexicano con el que nos cruzábamos me pedía explicaciones por los colores de mi manta: “¿Preferís a Sudáfrica?”, me preguntaban, y yo les contaba que era lo primero que había conseguido comprar para abrigarme.

Los hinchas nos decían piropos, algunos suaves y otros no tanto. Si no hubiera estado tan cansada hasta me hubiera divertido. No saben cómo cambiaban el tono cuando descubrían que yo era yo. La cosa iba de “Mamita como te….” a “¡SUSANA!, ¿Sos vos?, No sabés cómo te admira mi mamá. ¿Te puedo sacar una foto”.

Parra y Bianco, que para ese entonces habían llegado a la camioneta, se extrañaron de no encontrarnos y nos llamaron: “¿Dón- de- es- tan?”. Se escuchaba todo entrecortado. “Estamos del otro lado del puente peatonal ¡ya lo cruzamos tres veces y no encuentro la camioneta, no puedo más!”, le contesté desesperada. “Quedate ahí, ya te buscamos”.
Mientras esperábamos con Mercedes nos comprábamos anteojos colorados con luces de neón, máscaras doradas tipo el fantasma de la Opera, cuernitos de diablo, todo para entretenernos y tratar de disfrazarnos, a ver si evitábamos un poco las miradas. Las luces se iban apagando y los que quedaban en la zona no estaban en el mejor estado… En eso, nos llamó la secretaria de Parra desde Buenos Aires: “Susana, soy Virginia, Alejandro no se puede comunicar con vos, dice que está al final del puente, pero no te encuentra”. Y le contesté: “¿Cómo puede ser? ¿En qué final? Yo estoy al lado de unos colectivos colorados y blancos, la vía del tren y frente a un cartel que dice Kiosk”, y se cortó la comunicación. Bueno, no importa, me quedo acá para siempre, abandono… Venderé banderas y gorros… ¡Qué se yo! No entiendo lo que pasa.

A esa altura nos veíamos durmiendo en un banco de la estación tapadas con la manta de Sudáfrica. “Yo prefiero la muerte antes de seguir caminando”, le dije a Mecha y nos sentamos de bajo del puente a esperar alguna señal.

Disfrazadas, congeladas y tentadas de nuestro aspecto, del agotamiento y de la desesperación, nos empezamos a reír como dos locas. El partido había terminado a las 6 de la tarde y eran las 8 y media cuando a lo lejos escuchamos: “¡GIMENEZ!, ¡SUSANAAAAA!”. ¡Creo que ni en los Oscar de la Academia me hubiera emocionado tanto escuchar mi nombre!

De regreso me explicaron que habíamos salido por el lado este del estadio en lugar de hacerlo por el oeste y en ambos lados de la cancha se repetía el mismo esquema. Todas las referencias estaban clonadas. Lo descubrieron cuando nombramos el tren, que era lo único distinto de un lado al otro.

Alejandro y Gabriel que también habían estado rescatando a otros amigos de ellos perdidos, ya con todos arriba de la camioneta, nos dijeron: “Para el próximo partido los traemos a todos atados con una soguita y de la manito. Corrimos más que si hubiéramos jugado los 90 minutos contra Sudáfrica”.

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